miércoles, 18 de noviembre de 2015

La escritura o la vida


El título bajo el que se enmarcan todos los artículos que he escrito en este blog contiene un número.

44.904 fue la identidad asignada a Jorge Semprún cuando fue confinado al campo de concentración de Buchenwald (una más de las estrategias de cosificación llevaba a cabo por los nazis). Particularmente lo descubrí cuando leí, hace ya mucho mucho tiempo uno de sus libros autobiográficos (fue un personaje de múltiples vidas desde el sentido más estricto de la palabra vida, que implica nacer y morir) y me impresionó tanto, y por múltiples razones que no vienen al caso, que decidí utilizar el número como forma de no olvidar lo que allí encontré.

Una de las experiencias que Semprún contaba en el libro, o así lo recuerdo, era que tras la liberación del campo, tuvo que elegir entre escribir o vivir. Eran tales las experiencias a las que había sido sometido en la bajada a los infiernos, que no podía comenzar una experiencia creativa, y menos que tratara sobre lo allí ocurrido.



Traigo esto a colación porque cuando me detengo a repasar los posts que tengo pendientes de sacar a la luz, y tras los <me faltan, o mejor aún, me sobran los calificativos> criminales asesinatos cometidos en París, particularmente me hace sentir un tanto inútil el escribir sobre tecnología, administración pública, transformación digital, ... Inútil desde el punto de vista que ves que la humanidad, considerada como un todo, se encamina, de nuevo, hacia un estado de barbarie generalizado. Y aquí hablando de la necesidad de implantar no sé que política, o permitir el uso de no se qué tecnología. Sé que muchos pensarán que una forma de que no "ganen los otros" es seguir con la vida normal, con tus costumbres. Una forma de demostrar que no estamos siendo derrotados. También puedo pasar el duelo y sobre todo, una vez asimilado el nuevo estado de las cosas (la capacidad del ser humano de acostumbrarse a cualquier barbarie, por extrema que sea, y de esto también hablaba Semprún en su libro, es asombrosa), volver a la rutina.

Sin embargo, a uno que tiene cierta tendencia a la interrogarse a sí mismo, tanto como hacia la desconfianza sobre aquellos que nos dirigen, le es difícil caer en las proclamas bélicas que exigen un alistamiento en el bando del orden, la cultura occidental y la supremacía de los valores grecolatinos y de la ilustración.

Es lícito reconocer que, tanto las incomprensibles y deleznables asesinatos cometidos, y lo que es peor, los que vendrán (en este país tenemos mucha experiencia en soportar asesinatos imposibles de detener y tal y como se refleja en algunos blogs, un estado policial no parece que los impida), como el análisis de la sociedad que me ha tocado vivir (sin entrar en detalles sobre las supremacías culturales y sociales, que de todo el mundo se puede aprender, parece que lo que llamamos civilización occidental ha conseguido los grados desarrollo humanos más altos de la historia de la humanidad, aunque también podríamos entrar en lo que realmente se podría haber conseguido con la aplicación de otras políticas o a costa de qué o quienes se ha conseguido ese desarrollo, pensando no en el expolio, llevado a cabo de forma sistemática desde hace varios siglos, del resto de la humanidad y su entorno, incluyendo en el mismo los propios habitantes de este agraciado primer mundo), parece que le encaminan a la elección de lo que tradicionalmente debe ser entendido por tu bando.

No se me entienda mal. Nada, absolutamente nada justifica el que nadie pueda decidir, y además de la forma más cobarde que existe, que es no afrontar las consecuencias de tus actos, sobre la vida de otros. Pero o hacemos un acto de verdadera introspección del por qué se producen esos viles asesinatos, o la única salida será responder, si, casi podemos decir que lícitamente, a sus agresiones.

Se puede argumentar que es imposible conocer las motivaciones de locos integristas. Es más, que es innecesario, ya que lo cabe es borrarlos de la faz de la tierra. Y puede que se tenga razón. Pero si no somo capaces, desde la atalaya intelectual de nuestra supremacía cultural, de  entender el proceso que ha provocado la generación de tales actos, solo nos queda el uso de la fuerza. Y pienso yo, que al menos, y puede que no de forma sustitutiva, sino paralela, se pueda iniciar ese proceso de conocimiento. Sobre todo, ya que si esta parte del mundo tiene cierta responsabilidad en la generación de ese caldo de cultivo, volveremos a repetirnos si no desenmascaramos nuestros errores, estando obligados a sufrir la historia que nos anula la identificación como seres racionales.

No seré yo el que desde esta tribuna vaya a desentrañar los motivos del conflicto. Carezco totalmente de los conocimientos necesarios, más allá de ciertos lugares comunes, Pero al menos, como posible afectado del mismo, y no olvidemos que en las guerras siempre mueren los mismos, aquellos que son empujados al campo de batalla a defender los intereses de otros, tengo derecho a reclamar que seamos exigentes con aquellos que dicen que nos gobiernan.

Señores adalides de la realpolitik, ahora que una de sus máximas expresiones en la tierra ha desparecido (Helmut Schmidt falleció hace unos días y en este aspecto solo nos queda Henry Kissinger como su gran representante), ¿no deberían revisar muchas de sus decisiones?, ¿no deberíamos de exigir a ciertas teocracias equidistantes, por decirlo de firma suave, que definan su posición internacional en relación a ciertas actividades criminales?, ¿no deberíamos dejar de ser los mayores exportadores de armas, posteriormente utilizadas en no sé cuántos conflictos que generan situaciones de miseria y podredumbre caldo de cultivo para el crecimiento de extremismos ideológicos?, ¿no deberíamos decir a nuestros socios de la alianza atlántica que comerciar con el petróleo de ISIS trae nefastas consecuencias?, ¿no deberíamos tener estrategias energéticas que nos liberaran del actual yugo que nos hace dependientes si no siervos de ciertos países?, si tan seguros estamos de nuestro modelo de gobernanza social basado en métodos de democracia representativa, ¿no deberíamos tener iniciativas que con más firmeza la defendieran en todas las partes del globo y no hacerlo en base a cálculos de beneficios cortoplacistas?, si conocemos algunos de los métodos de financiación de estos grupos, como por ejemplo el narcotráfico, ¿por qué no abordar de forma decidida lo que algunos expertos poco proclives a ser calificados de revolucionarios antisistema llevan reclamando desde hace tiempo que no es si no la legalización de las drogas?, ¿no deberíamos de dejar de ocultar los verdaderos motivos que nos llevan a emprender determinadas acciones contra otros países solo con el fin de conservar la supremacía económica-militar?, ¿no deberíamos denunciar todo tipo de abusos a los derechos humanos allá donde se produzcan y no dependiendo del nivel económico o de mi dependencia respecto del infractor (por cierto, qué diremos ahora que hemos suprimido la conocida por "justicia universal"), ¿no deberíamos pedir perdón por todas las veces que nuestros cascos azules defensores de la paz y de la población civil permitieron delitos de lesa humanidad siempre que fueran cometidos sobre ciertos sectores que compartían la misma religión?, ¿no deberíamos encaminar nuestras políticas públicas hacia modelos donde existan menores índices de desigualdad que faciliten la integración y desactiven la exclusión social?  ...  Y así podríamos seguir ... No soy tan inocente como para no conocer que la ejecución de todas esas medidas no tendrían por qué resultar completamente exitosas en la lucha contra esta lacra, pero,  además de proporcionarnos un entorno donde los pilares fundamentales de la convivencia social estén basados en el mínimo respeto a los derechos hospital humanos, se lograría no sólo una amplia cohesión en la defensa de nuestro modelo social y además se desactivarla muchos de los mecanismos que facilitan la transmisión populista e interesada de los postulados integristas.
Sin embargo, hemos construido un mundo donde las normas están regidas por el interés económico, donde la competitividad está entendida desde la óptica del deporte de alta competición, donde solo puede haber un ganador. Un sistema donde la soberanía reside en la cuenta de resultados de las grandes corporaciones "too big to fail". Este mundo, así como está configurado, no sé si merece la pena vivirlo.

Desde mi humilde opinión, únicamente sé que a mí solo me queda esta vida, y que no tendré la desgracia de gozar de varias, como Semprún. También sé que este planeta que nos ha tocado habitar es algo que debemos intentar conservar para que el resto de generaciones puedan disfrutar del mismo, intentando que nuestra huella sea lo más liviano posible. Cuando veo afectados golpes de pecho en defensa de la cultura occidental, el aquí no se admiten tibiezas, .. uno se acuerda de todo lo que estos que pretenden defenderme han hecho para conseguir que dependa de ellos para que me defiendan. Puede que estemos en guerra, pero señores, ahora, esta guerra, ya que vamos a morir los de siempre, debemos ser nosotros la que la administremos.

Como parte de una sociedad amordazada y anestesiada me siento inútil. No podemos caer en los mensajes simplistas que reclaman la defensa de unos valores que posteriormente ellos mismos no son capaces ni de cuidar en su expresión más mundana (El monumento de las victimas del 11-m lleva dos meses cerrado y tirado en el suelo). Ya es hora de que tomemos las riendas de nuestros destinos.

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso










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