Una vez pasado todo el alboroto mediático referente a lo que se ha venido en llamar Ley 'Sinde' y en espera que en el Senado los grupos políticos dejen de aparentar su desacuerdo cuando están todos alineados en la aprobación de la dichosa disposición adicional segunda, me gustaría compartir una serie de reflexiones relativas a la Ley 'Sinde', la piratería, la industria cultural, ....
Vamos a dejar a un lado la sirvengonzonería y cobardía que supone intentar aprobar algo tan importante como la regulación de los derechos de autor y todo lo que ello conlleva ,de una forma tan torticera (inserto en la una ley llamada de economía sostenible y dentro de una disposición adicional) y nos centraremos en el tema.
Desde que tengo conciencia he incumplido y visto incumplir as leyes de los derechos de autor: desde la grabación en casettes de los discos de los amigos, hasta la fotocopia de los libros de texto utilizados en los estudios universitarios (normalmente se fotocopiaban los capítulos que el profesor aconsejaba, ya que no tenía sentido el adquirir un costoso libro para sólo utilizar 1 o 2 temas, sobre todo teniendo en cuenta que en la biblioteca sólo disponían de no más de 5 ejemplares que nunca estaban disponibles). Se trataba por tanto de una práctica popular admitida y de la que los autores obtenían sus beneficios (o por lo menos las entidades de gestión de derechos de autor, ya que desconozco si a los autores les llegaba algún aporte).
Tan admitida estaba, y sigue estando, que todas las fotocopiadoras tenían y siguen teniendo contadores para que los inspectores controlen el número de copias y pagar en relación a ellas el correspondiente impuesto revolucionario. Y lo llamo impuesto revolucionario porque no tienen ninguna justificación legal ni racional el pagar por un supuesto delito: se pagaba un canon al comprar una cassette aunque la utilizase para grabar las fiestas familiares y se pagaba un canon por las fotocopias realizadas aunque fotocopiase la nómina para presentarla como aval al banco (y ejemplos irracionales de la extensión de esta práctica de pago por si cometes un delito se pueden ver en internet, como aquel que reclama un par de semanas en la carcel para todo aquel que compre un chuchillo, que es sin lugar a dudas un arma muy utilizada en la comisión de crímenes domésticos).
Tan admitida estaba, y sigue estando, que todas las fotocopiadoras tenían y siguen teniendo contadores para que los inspectores controlen el número de copias y pagar en relación a ellas el correspondiente impuesto revolucionario. Y lo llamo impuesto revolucionario porque no tienen ninguna justificación legal ni racional el pagar por un supuesto delito: se pagaba un canon al comprar una cassette aunque la utilizase para grabar las fiestas familiares y se pagaba un canon por las fotocopias realizadas aunque fotocopiase la nómina para presentarla como aval al banco (y ejemplos irracionales de la extensión de esta práctica de pago por si cometes un delito se pueden ver en internet, como aquel que reclama un par de semanas en la carcel para todo aquel que compre un chuchillo, que es sin lugar a dudas un arma muy utilizada en la comisión de crímenes domésticos).
Con todo lo anterior he querido demostrar que, el canon ha vivido con nosotros mucho tiempo y que, a pesar de no tener ningún sentido racional más que la convención social de apoyar a los creadores por vulnerar sus 'derechos', nunca se había montado ningún revuelo. Hasta ahora. ¿Y qué ha pasado ahora? Pues que antes las cassettes se las prestaba a mi círculo de amigos y ahora se las puedo prestar al mundo entero. El acto es el mismo. Lo que cambia es el volumen. Y a pesar de que el canon sigue dándoles pingues beneficios (la SGAE recauda más que lo que el estado invierte en las Universidades), no se ven saciados y piden más. Por cierto, que ahora ya no se habla del canon que deberían pagar las bibliotecas por el préstamo de libros. ¿Y si imaginamos un futuro donde el bookcrossing fuera práctica común?, ¿nos cobrarían por abandonar un libro en un banco del parque?
Pues ya que los autores consideran que el canon establecido hasta ahora no es suficiente, y que las actuales tendencias van a hacer desaparecer a la industria cultural (¿industria cultural?, ¿la cultura tiene que ser una industria? -¿por qué entonces en los periódicos hay una sección llamada cultura cuando debería estar en economía?-, ¿es cultura la industria de contenidos que nos llega de Hollywood?, ¿a alguien en España le preocupa que se hunda algunos de los estudios de Hoollywood cuando dedican más a promoción de la propia creación cultural que a la creación o cuando imponen las películas a distribuir o sencillamente forman un trust desde la creación, la distribución y emisión expulsando del mercado a cualquier otro producto que no haya sido producido por ellos?, ¿verdaderamente son creíbles esos autores multimillonarios preocupándose por los tramoyistas, decoradores, ... cuando estoy seguro que estos trabajan en jornadas interminables, con contratos miserables? Quizá es que una vez que tengan asegurados sus derechos van a repartirlos como buenos hermanos entre todos aquellos que han colaborado en la creación de la obra, estableciendo una sociedad comunal de iguales), creo que es necesario replantearse todo el entramado desde el incio.
A saber:
- El canon
- ¿Debe seguir existiendo el canon?
- Longevidad de los derechos de autor
- El modelo de negocio
La 'industria cultural' tiene que cambiar radicalmente sus formas de negocio. No tiene sentido que vaya a comprar un CD de música y no pueda escucharlo previamente o que incluso no sé qué contiene porque el mecanismo antirobo no me deja ni leer las canciones. ¿No les preocupa eso a los autores?, ¿no se ven agredidos cuando las prácticas comerciales tratan de esa forma a su producto? Tampoco tiene sentido que se mesen los cabellos por el robo al que la sociedad actual le somete cuando muchos de ellos (evidentemente sólo los más conocidos, pero que en el fondo son los que más se beneficiarían) tienen fortunas millonarias o cobran sueldos millonarios por grabar una sólo película. Quizá deben pensar que su producto no es tan valioso o por lo menos que no da para vivir rodeados del lujo del que alardean. Quizá con una política de salarios más contenida, menos inversión en publicidad, ... podrían ofrecer sus productos a unos precios que no invitasen al intercambio de posesiones entre desconocidos. ¿Por qué no existen en España plataformas que permitan la visualización online de películas cuando otras iniciativas si que existen en otros países -Netflix, Voddler, ..-? Estoy seguro que si se dispusiese el medio para disponer de películas, música o libros a bajo precio (¿tiene algún sentido que la diferencia entre en ejemplar en papel y su correspondiente en formato electrónico exista una diferencia que no va más allá de los 10 euros -20 euros en papel y 10 en electrónico-?) y con servicios de valor añadido y de continua actualización (entrevistas, dossieres de prensa asociados, ediciones de coleccionista, obras relacionadas, ...) no habría web de descarga que compitiese con ello. El nicho de mercado con el poder adquisitivo necesario para adquirir esos productos, es decir, casi cualquier trabajador, no tiene el tiempo suficiente para estar deambulando por webs, bajándose ficheros con desagradables sorpresas, ... Lo que quieren es sentarse en su casa y de forma instantánea acceder al mayor compendio de productos audiovisuales nunca imaginado (¡ni la famosa biblioteca borgiana!) con la seguridad de que lo que van a ver es lo que esperan ver.
Aquellos que hacen negocio con la cultura deben comprometerse a crear las condiciones necesarias para generar otro modelo de negocio que les haga, por un lado no depender del canon (al estilo de la nunca cumplida autofinanciación de la Iglesia Católica) y por otro el que su propia oferta anule las tentaciones , lícitas, de compartir las legítimas posesiones con otras personas a las que no conozco.
Recomiendo la lectura de Copis este Libro, de David Bravo.
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Juan Antonio Frías