martes, 22 de enero de 2013

Esta sociedad no puede salir adelante sin las TIC


Lo tenemos claro. En lo que se refiere a la administración política de esta sociedad, estamos rodeados de basura. No vamos aquí a entrar a enumerar los casos de flagrante corrupción, elaboración de normas legales en pro de determinadas clases o castas o esa dejadez en la administración de ciertos servicios sociales en busca de una comercialización futura de los mismos. Todos sabemos de qué estamos hablando.

También tenemos claro, algunos, que este experimento pseudodemocrático que empezó en el 78 está llegando a su fin y que a todas luces, la capa de pintura salta por momentos, dejando ver que todo este entramado no era más que un régimen montado en beneficio de lo que algunos llaman élites extractivas.

Desde ese punto de vista de degradación de los mecanismos de gobierno, redistribución social y juta de la riqueza  y coexistencia social, solo quedarían dos salidas: o una profunda renovación de los métodos de gobierno que den voz directa a la sociedad (lo que se denomina empoderamiento popular) o que surja un mesías salvador ofreciendo una depuración de la cosa pública desde el seguimiento a proclamas populistas y fáciles de repetir cual letanía.

En todo caso, no debería dar aquí consejos para sostener a este enfermo, que de crónico a pasado a terminal, ya que en lo que a este régimen se refiere "cuanto peor, mejor". Pero reconociendo que aquellos que tendrían la capacidad para arreglar el problema no van a estar pendiente de tan modesto escriba, no me resisto a dar posibles pócimas que resuciten al doliente.

Y como la temática de este blog son las TIC, ¡asignemos a las TICs ese valor de bálsamo de Fierabrás!. Es evidente que las TICs no son más que un medio para conseguir los fines, y que esas mismas TICs pueden servir a distintos amos de distinta forma. Pero, ¡oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen Señor!. 

martes, 8 de enero de 2013

No se puede (o debe) renegar de tus convicciones (si quieres poder mirarte en el espejo)

En algún otro post que prefiero ni enlazar ni revisitar (no vaya ser que vea que me repito mucho, y como la verdad es que tengo ganas de transmitir estas ideas, me es un poco indiferente si caigo en la recursividad), he hablado ya de la responsabilidad que tenemos como funcionarios públicos de hacer que esta gran empresa que es la Administración Pública (General del Estado -AGE- en mi caso) responda a los criterios de eficacia y eficiencia.

En esta época que nos ha tocado vivir es cuando más afloran las contradicciones, ya que en tiempo de penurias es necesario elegir. Como se supone que hay poco que repartir, a cada paso que das estás obligado a elegir. Por lo menos en lo que a mí respecta, bombardeado de información como ahora vivimos, cada acto tiene un considerando posterior que es preciso analizar para concoer a quién beneficias o apoyas con el mismo. Por decirlo de otra forma, el entorno beligerante en qué vivimos te hacer convertirte en un militante, de uno u otro signo, las 24 horas del día y por cualquiera de las acciones que realices, ya sea coger el transporte público, ir al médico, ver la televisión, llevar los hijos al colegio o comprar en una tienda.

 En lo que respecta al trabajo diario, y dado que las administraciones públicas son profundamente jerárquicas y por tanto es muy sencillo esconder las propias responsabilidades bajo las directrices que emanan desde arriba, puede parecer que estamos a salvo de esa dicotomía militante. Y no es así. Y tal y como relata el excelente artículo de Juan Jacinto Muñoz Rengel en El País, Responsabilidad Generacional, ya no vale esconderse tras altas murallas. Ni en la vida privada, ni en la profesional. Es necesario, es imprescindible, es éticamente intolerable seguir sentado mientras a tu lado ocurren cosas.

Y en la Administración están ocurriendo cosas, mejor dicho, están dejando de ocurrir cosas. En el terreno que nos ocupa en este blog, en las TICs, vemos como pasan los días sin tomar decisiones que de tan obvias y aparentes que son, los responsables de tomar ciertas decisiones no deparan en ellas por estar tan acostumbrados a verlas que son como ese cuadro que tienes en la pared del pasillo de tu casa, comprado hace ya mucho, mucho tiempo. Lleva tanto tiempo ahí, que ni reparas en él. Y si a veces tus ojos se posan sobre él y tienes tiempo de reflexionar, aunque solo sea un segundo, no sabes si proponer quitarlo supondrá un afrenta conyugal a tu pareja, amén que habría que sustituirlo por otro, lo cual nos llevaría a un proceso que no sabríamos donde acabaría, porque uno empieza por el cuadro del pasillo y termina redecorando la casa de la sierra (si se me permite la boutade burguesa en estos tiempos de escasez)