lunes, 19 de marzo de 2012

Elogio del funcionario (aunque estén en destinos grises y ocultos)

No, no pretendo ahora rebatir esa cultura popular en la que se denosta a los funcionarios, tachándonos de vagos, privilegiados, rémoras de la sociedad que con su sola existencia logran transmitir un peligroso virus a quienes les rodean de forma que impiden la tan deseada recuperación económica.

Lo que pretendo es intentar transmitir a todo aquel que quiera leerme mi sentimiento de orgullo por ser parte de esa casta funcionarial. Y me siento orgulloso porque quiero pensar que soy parte de un entramado que trabaja por conseguir que la sociedad en la que vivo siga funcionando, sea más justa y proporcione las herramientas para que nuestros hijos y los venideros puedan disfrutar de este mundo.

No soy tan inocente como para poder compararme con todos aquellos funcionarios (o no) que claramente ven una relación directa entre su trabajo diario y las consecuencias beneficiosas de su actividad en la sociedad. Es dificil que desde un puesto de gestión de las TIC (ya ni se puede decir que trabajo en contacto directo con las TIC, sino que gestiono su creación, mantenimiento, ...) uno pueda tener esa sensación de ser algo realmente útil. 
Pero de vez en cuando, los periódicos vienen en tu ayuda. Leyendo un artículo sobre Kafka recordé todas aquellas novelas que leía cuando tenía tiempo para ello (recomiendo vehementemente El proceso o El Castillo) y como, aunque disfruté enormente de todas ellas, no acababa de comprender como aquella intrincada burocracia que axifiaba a los protagonistas no tenía un personaje superior que era el que manejaba los hilos de la situación. En mi juventud no entendía que muchas de las cosas que nos suceden no tienen una persona en la que focalizar la responsabilidad y que todo es mucho más complejo, donde decenas o centenares de decisiones van conformando un entramado que puede construir una determinada situación que es capaz de vivir de forma autosuficiente. 

Claro está que existen personas con capacidad suficiente como para desde sus puestos de alta responsabilidad, interferir positivamente o negativamente en nuestras vidas. Se puede legalizar el matrimonio homosexual, permitir que las mujeres tengan derecho al voto o facilitar o impedir la capacidad para recibir una pensión. Esas y muchas otras decisiones configuran muchas de las condiciones más importantes de nuestras vidas. Pero también es cierto que existen miles de pequeños actos que están reglados por decenas de normativas que nos son necesarios para nuestra actividad diaria. Podemos pedir un certificado de defunción, solicitar una escuela infantil para nuestros hijos, presentar la declaración de renta o intentar hacer una obra en la fachada de nuestra vivienda. Para todo ello, y para millones de otros actos cotidianos, existen centenares de reglamentaciones donde los ciudadanos nos perdemos. Y enfrente siempre está un empleado público que puede ocultarse tras las normas, alargarte el complicado impreso o por el contraio, inentar ayudarte, solucionarte el problema, aconsejarte sobre los atajos a tomar, ... Escasos son los empleados públicos que no tienen relación directa con el ciudadano. No sólo en una ventanilla, sino evaluando solicitudes, insistiendo al superior para que tenga en cuenta el papel que lleva más de tres meses en la mesa sin ser firmado o diseñando un programa informático que permita la firma electrónica sin necesidad de instalarte tres decenas de applets. 

Estoy inentando reivindicar algo como aquello del Conde de Romanones cuando dijo hagan ustedes las Leyes y dejenme a mí los reglamentos. No voy a menospreciar la capacidad de influencia de nuestros legisladores para ser capaces de hacernos la vida más o menos fácil. Está claro que es ahí donde tenemos que, como ciudadanos responsables, incidir para conseguir una sociedad más justa. Pero ese pensamiento no puede ocultar la responsabilidad de los funcionarios públicos para que, sin dejar de aplicar la ley, consigamos interpretarla para lograr aquello que es más beneficioso para el ciudadano. Tenemos una gran responsabilidad y me siento orgulloso de intentar que toda mi actividad laboral intente proporcionar mejores servicios a los ciudadanos.

¿Y qué tenñia que ver eso con Kafka? Pues sencillamente que la vida es complejo ovillo de normas que los funcionarios debemos seguir y que no podemos actuar como ovejas ni escurrir el bulto. Tenemos una gran responsabilidad y podemos y debemos interpretar las normas para, sin violentarlas, conseguir un mejor y más eficiente y eficaz servicio público.

Quizá es dificil de transmitir ese sentimiento sin parecer que estoy acudiendo a caminos muy obvios y transitados (como aquello del simple obrero que colocaba piedras una encima de otras pero que comprometido con su profesión y el proyecto decía que estaba construyendo una catedral). Tengo claro las limitaciones de un simple funcionario y su capacidad de influir en la sociedad. Pero eso no debe impedir que se intente mejorar dia a día y no perder la vista que los funcionarios estamos ahí para ofrecer un servicio público, no para satisfacer nuestras ansias de poder, no para aferrarnos al puesto de libre designación doblando la cerviz ante las peticiones irracionales de quién nos nombró, no para tener miedo y no afrontar nuevos retos, no para utilizando nuestra capacidad de decisión utilizar a los proveedores con fines inconfesables, ... Somos funcionarios, debemos ser grandes profesionales y no percer de vita que la sociedad nos necesita.

Y como colofón una confesión: de pocas cosas estoy tan orgulloso en mi vida como de haber ingresado en la Administración. Y eso que me amenzaron con echarme. Pero esa es otra historia que ya contaremos cuando toque, como decía Jordi Pujol. 

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